De mis traumas (I)

Conocer en el fondo a una persona, pasa también por conocer sus defectos, sus manías y, sobre todo, sus traumas, las espinitas que arrastra en su mochila, solo así se entienden a veces algunos de sus comportamientos. Ya hemos hablado de algunos de tus abuelos, pero creo que no sería justo contigo si no te hablara también de los míos.
El primero de ellos tiene con el día de hoy, el día de mi cumpleaños. Y es que a largo de mi vida he participado (muy activamente a veces) en muchas fiestas sorpresa de cumpleaños, pero tengo la espina de que nunca nadie me haya organizado una a mí.

Por qué uno de mis traumas está relacionado con los cumpleaños seguramente tenga que ver con el hecho de que yo nací en agosto. En ese mes no hay colegio, la gente está fuera de vacaciones y, como mis padres verneaban cada año en un sitio diferente, tampoco tenía eso que otros denominan amigos «del pueblo» o «de la playa». Resumen: aparte de mi familia más cercana, no tenía con quién celebralo. Y en cualquier caso (y salvo que nos pillara de viaje de visita familiar) nunca era nada especialmente memorable, la verdad. Un año incluso se les olvidó, así que me fui yo solo al super, me compré un donut y pedí mi deseo soplándo una cerilla. La frase de mi madre al día siguiente (tras felicitarme y pedirme disculpas) fue ese recurso que tenemos los padres de echar la culpa a los hijos para intentar acallar nuestra conciencia: «¡Pues podías haber dicho tú algo…!»

(Nota al margen: es increible la cantidad de veces que los padres derivamos la culpa orientándola hacia los hijos, la cantidad de veces que he escuchado a un padre decirle a un hijo el «tranquilízate», mientras lo dicen chillando, o cuando hace poco que han retirado el pañal, el «no te mees ahora que no he traído muda»… etc. Si alguna vez me pasa contigo, no dudes en hacermelo saber.)

Si a lo anterior unes que en mi adolescencía (y fuera de mi entorno familiar) no me sentía especialmente querido (entre otras cosas porque tampoco me quería mucho a mí mismo, pero de eso ya hablaremos en otro momento), que alguien se encargara de organizar una fiesta sorpresa de cumpleaños para ti, me parecía (esa sensación tenía al menos) una maravillosa muestra de cariño que ya me hubiera gustado sentir alguna vez.

Es la primera vez que le cuento esto al alguien, sobre todo porque es una de esas cosas que si te las hacen después de que lo digas, ya no le das el mismo valor y durante mucho tiempo he tenido la secreta esperanza de que alguien lo hiciera alguna vez. Te lo cuento ahora porque ya no me interesa (y lo digo de verdad, no es una rabieta del «pues ya no lo quiero» o «ahora me enfado y no respiro»). Durante mucho años (supongo por todo lo anterior que te he contado) he puesto mucho interés en hacer «grandes» (entre comillas) fiestas de cumpleaños, pero hace años que no lo celebro (no al menos con una fiesta, nada que no sea estar con mamá y contigo).

No sé si porque me he hecho mayor o porque ya he superado el trauma, pero actualmente me sentiría incómodo si me hicieran una fiesta sorpresa de cumpleaños. En esa situación, después del «¡¡¡Sorpresa!!!», el cuerpo me pediría dar media vuelta y marcharme (seguramente no lo haría por educación, pero es lo que querría hacer).

Y esto es así porque actualmente solo conozco dos tipos de personas que asistirían a esa fiesta: Unos hace tiempo que me demostraron su cariño por cosas mucho más importantes que una fiesta sorpresa de cumpleaños, no tienen que demostrame nada y de hecho me molestaría bastante si tras leer esto sintieran la necesidad de organizarla. Y los otros se han quedado con el tiempo en, digamos, «amigos por costumbre». Son de esos que te dicen cosas como «se me olvida siempre avisarte cuando quedamos porque como tú no tienes WhatsApp…», «no puedo ir a tu boda porque no tengo con quién dejar al gato…» (y ya sabes que nosotros tenemos gato o sea que sabemos lo que és) o que cuando tienes que mudarte a otra ciudad no se les ocurre que quizá estaría bien quedar y tomar café antes de que te vayas. No es que sean mala gente ni nada de eso, simplemente la cosa se ha quedado así, fría. Verlos en una fiesta sorpresa sería como… «¿en serio? ¿por qué?»

Como te digo hace mucho que no organizo una «gran» fiesta para mi cumpleaños, pero puede que aún me quede alguna. Quizá la haga a los 42. ¿Por qué a los 42? No sé, quizá porque cae en sábado, quizá por qué 42 es la respuesta al sentido de la vida… (reseña friki, ya me conoces). O quizá no y haga como el año de esta foto: me vaya a mi rincón favorito del planeta, me siente de noche en la playa y, mientras tú juegas en la arena y con tu madre a mi lado, yo me sienta (por el simple hecho de teneros cerca) la persona más feliz y afortunada del mundo.

Texto: Abel Laborda. Agosto 2019.

0. Introducción a un libro por escribir.
1. No aceptes consejos, sobre todo de tu padre.
2. Aprende a tomar decisiones.
3. Sobre el duelo.
4. De tu abuelo (I).
5. De tu abuela (I).
6. De tu abuelo (II).
7. De tu abuela (II).
8. De tu abuelo (III).
9. De tu abuela (III).
10. Con la iglesia hemos topado.
11. Viaja todo lo que puedas.
12. La charla.
13. Sobre la homosexualidad.
14. Chantaje emocional y otras toxicidades.
15. De mis traumas (I)
16. De mis traumas (I)

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