Wonderful Tonight

Foto: Abel Laborda. Octubre 2016.

La muerte de Sébastien le dejó atónita. Por supuesto que se acordaba de él. Era uno de esos clientes habituales. Bueno, ella hubiera dicho más bien «borrachos» habituales si no fuera porque Sébastien no bebía alcohol o, al menos, nunca que viniera sólo. Alguna vez le había visto aparecer alguna noche y tomarse una copa con amigos pero lo normal era viniera sólo y pidiera un capuchino. Un capuchino con sacarina, para ser más exactos. La primera vez le sorprendió la petición. ¿Por qué alguien preocupado por su peso (porque si no, para qué tomaba sacarina) pedía un capuchino? ¿es que la nata no engorda? Tampoco es que fuera de esos que necesitara adelgazar urgentemente…

El ritual solía desarrollarse siempre de la misma manera. Sébastien aparecía alrededor de las siete más o menos. A una hora intermedia entre los cafés de la tarde y las primeras cervezas de la noche, por lo que el bar solía estar bastante vacío. De hecho, solía ser el momento en que ella y su compañera se turnaban para ir a cenar antes de que apareciera la marabunta nocturna, por lo que en muchas ocasiones sólo Sébastien y ella se encontraban en el bar en ese momento.

Solía ir vestido moderadamente formal, por lo que ella imaginaba que Sébastien se acercaba por allí a la salida del trabajo. Americana o traje, camisa italiana, zapatos de piel (siempre impecables), reloj de marca (grande pero discreto) … Eso sí, siempre sin corbata, sólo algún colgante al cuello, por lo que se preguntaba si esa estudiada informalidad era marca de la casa o algún extraño sentido de rebeldía ante cierta etiqueta en el vestir impuesta por el trabajo.

Se sentaba en la barra y pedía el capuchino y una canción, siempre la misma, “Wonderful Tonight”. Esperaba pacientemente que le sirviera, se tomaba el capuchino, pagaba (siempre dejaba propina) y se marchaba.

Hablaba poco y no conocía nada de su vida ya que las pocas veces que conversaban era sobre temas banales. Eso sí, siempre tenía a mano un comentario agudo que le hacía reír. Y entre eso o los habituales “¿a qué hora sales?” (de los más prudentes) o “¿qué te gustaría para el desayuno?” (de los menos) la elección dejaba poco lugar a las dudas. A veces se pregunta, por qué Sébastien aparecía con frecuencia por allí. Era alto, moreno, con el pelo rizado, ojos verdes, … Hubiera sido una opción muy interesante de haber sido algo más guapo, pero aún así tampoco era feo, vestía bien y, aunque sus conversaciones eran mínimas, estaba claro que era un tipo inteligente. No le costaba imaginar que alguien le estuviera esperando en casa. ¿Hacía tiempo hasta que ella saliera del trabajo? Si simplemente le apetecía un capuchino, era lo suficientemente honesta consigo misma para saber que no servía los mejores cafés de la ciudad.

Se hicieron las siete. A esa hora debería Sébastien dejarse caer por allí, así que decidió hacerle un pequeño homenaje. Se acercó al ordenador desde el que controlaban la música del local y tecleó en el buscador: “clapton”. A los pocos segundos tenía “Wonderful Tonight” sonando por los altavoces del local.

♪ It´s late in the evening… ♫

Puso una carga de café en la máquina expreso y sirvió media taza. Espumó un poco de leche y la añadió.

♪ … you look wonderful tonight… ♫

Dejó la taza sobre un plato, destapó el bote de nata y cubrió la superficie del café. Espolvoreó canela y añadió una cuchara.

♪ … this beautiful lady that’s walking around with me… ♫

Obvió la sacarina y tampoco puso azúcar. A ella nunca le gustaron las cosas demasiado dulces. Removió un poco el capuchino y lo probó.

♪ … Is that you just don’t realize how much I love you … ♫

Justo en ese momento, Sébatien hubiera levantado la taza, a modo de brindis a distancia y ella hubiera respondido con una sonrisa. Justo en ese momento, siempre justo (ahora se daba cuenta) en el mismo verso. No podía ser una casualidad. “Is that you just don’t realice how much i love you”, “Es que no te das cuenta cuánto te amo” ¿En serio? La idea cruzó de repente su cerebro abriendo una herida. ¿De verdad todo ese ritual, todas aquellas visitas eran una declaración de amor? ¿Por qué demonios nunca dijo nada, ni una simple insinuación más allá de esa estupidez de levantar la taza? ¿Por qué narices se quedaba siempre tan callado al oro lado de la barra? ¿Es que no se daba cuenta de que a lo mejor hubiera tenido alguna oportunidad? Si no, ¿por qué recordaba ella cada detalle? ¿Por qué, si no, estaba ella ahora tan triste y tan enfadada?

Texto: Abel Laborda. Octubre 2011.

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