Hoy me toca dormir fuera de casa y no puedo evitar echar de menos a mi mujer y a mi hijo. A este último, que duerme en un colchón pegado al nuestro sobre el mismo tatami, me lo imagino boca abajo, como me lo encuentro muchas veces, con la cabeza girada a un lado y el trasero ligeramente levantado…
Y siempre que lo veo así, me acuerdo de otra foto, de otro niño, algo mayor que el mío, sirio, llamado Alan, tumbado en prácticamente la misma postura pero sobre la arena de una playa de Turquía y, en este caso por desgracia, no dormido, sino ahogado tras naufragar la patera en la que escapaba del horror de la guerra en su país. Creo que todos sabéis de que foto hablo, no he creído necesario ponerla. He preferido poneros otra de como debería estar, vivo, al lado de su hermano Galip, el que, por cierto, también murió en esa travesía, junto con la madre de ambos.
No sé si la muerte de un niño es más grave que la de cualquier otra persona, pero desde luego esa foto dio la vuelta al mundo. Removió algunas conciencias (o, al menos, eso parecía) y uno piensa si, dos años y medio después (el suceso ocurrió en septiembre de 2015), han cambiado algo las cosas.
Bueno, realmente uno no lo piensa, sabe que no es así. La guerra sigue igual, esta mañana he escuchado en la radío que habían caído en pocas horas (sí, caído, como si nadie las tirara) 350 bombas en no recuerdo qué ciudad. En los dos años siguientes a la muerte de Alan, 8.500 refugiados han perdido la vida en el Mediterráneo y, entre ellos, una media de 2 niños cada día, día tras día.
Y mientras en la tele… no, no voy a hacer demagogia barata. Entiendo que uno no puede sufrir con todos los males del mundo, ni puede luchar todas las guerras. Pero desde luego, se puede hacer mucho más de lo que normalmente hacemos. Decidiendo en qué invierte uno su tiempo libre, dónde gasta ese euro suelto que tiene en el bolsillo o qué logotipo tiene ese sobre que mete de vez en cuando en una urna, por ejemplo…
Dejar una contestacion